España a través de sus cuadros.
'El espejo del tiempo' pretende arrojar luz sobre la historia a través de su reflejo en el arte. El ex director del Prado compendia la Historia del Arte desde los Reyes Católicos a hoy.Tres de los cuadros más reconocidos del arte español son obras que «glorifican la derrota»: 'Las lanzas', 'Los fusilamientos del 2 de mayo' y 'El Guernica'
'El espejo del tiempo' pretende arrojar luz sobre la historia a través de su reflejo en el arte. El ex director del Prado compendia la Historia del Arte desde los Reyes Católicos a hoy.Tres de los cuadros más reconocidos del arte español son obras que «glorifican la derrota»: 'Las lanzas', 'Los fusilamientos del 2 de mayo' y 'El Guernica'.Como aquel spot televisivo de neumáticos que decía que la potencia sin control no sirve de nada, algo similar se puede aplicar al binomio historia y arte. El uno sin el otro no se entiende, o se entiende mal. Porque el bombardeo de Guernica, en abril de 1937, se entiende mejor con el 'Guernica' de Picasso, al igual que sucede con los fusilamientos del 3 de mayo (de 1808) o la carga de los mamelucos que llevó a sus lienzos Goya. Un aspecto, el de esta dependencia, que han querido aprovechar y exprimir al máximo los autores de 'El espejo del tiempo' (Taurus). Por un lado, Juan Pablo Fusi, catedrático de Historia Contemporánea, y, por otro, Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte, que ocupó el cargo de director del Museo del Prado y que también ejerce de crítico de arte. Un tándem teórico que ayuda a comprender la complejidad de una nación como la española, que conoció las glorias más excelsas y los más cruentos destinos, y cuya definición, escurridiza, está siempre en constante movimiento. Porque, como apuntó en 1966 el hispanista Raymond Carr -y se recoge en 'El espejo del tiempo', «sería erróneo adoptar como clave de su historia la imagen de la España inmutable, inmóvil, que difundieron por Europa los literatos viajeros del movimiento romántico».
El libro recorre la historia de España desde prácticamente su constitución como Estado moderno, tras la unión de la Corona de Castilla y la de Aragón con los Reyes Católicos, hasta las últimas decisiones en materia social de la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero. Todo ello, jalonado con un cuadro por capítulo, en un total de cincuenta, con los comentarios sobre la obra y su contexto de Calvo Serraller. Un viaje por ese derrotero casi ciclotímico de la historia de España, que bascula entre la 'grandeur' imperial a principios del siglo XVI del «primer imperio verdaderamente universal» (Fusi), al páramo cultural que supuso el periodo franquista, tras el florecimiento de las artes en la llamada Edad de Plata (1898-1936). Entremos, pues, en ese espejo.
DUEÑOS DEL MUNDO
El famoso retrato ecuestre de Carlos V pintado por Tiziano, 'Carlos V, a caballo, en Mühlberg', abre el capítulo dedicado a esa España imperial que fue la admiración de Europa. Nacido en 1500 en Gante (Bélgica), el monarca Carlos V de Alemania y I de España, nieto de los Reyes Católicos, sería considerado el Emperador de la Cristiandad. Con él, daría inicio la España de los Austrias (1516-1700), periodo de máximo esplendor de la Monarquía hispánica, pero también el comienzo de la decadencia y el arraigo de ciertos males endémicos nacionales. Se refiere Calvo Serraller a Carlos V como un ser «cosmopolita y refinado», con una riquísima experiencia vital que le permitió amasar «un caudal de conocimientos de versatilidad sorprendente».
Tal era su amor por el mundo del arte, apunta Serraller, que llegó a establecer una relación casi «íntima» con su pintor oficial, el veneciano Tiziano. Un artista, Tiziano, que, a juicio del experto, fue parte importante en lo que se conoció como Escuela Española, y que ayudaría a crear, en época de Felipe II, el modelo ideal de pintura. ¿Las aportaciones más perdurables del maestro veneciano? «Su estilo brillante, sensual y naturalista», afirma Francisco Calvo Serraller. También Felipe II gozaría de los servicios de Tiziano como retratista, al que luego le encargaría multitud de obras.
La conquista de América amplió el ya de por sí extenso imperio hispánico, con la adquisición de más de dos millones de kilómetros cuadrados y unos 50 millones de indígenas (cuya población fue tristemente esquilmada: en 1820 la población sería de tan sólo siete millones, apunta Fusi). Andaluces y extremeños, «segundones e hidalgos de la pequeña nobleza rural y de familias pobres», acudirían en masa atraídos por los atractivos del Nuevo Mundo, «movidos por deseos de riqueza, honor y fama». Paralelo a este saqueo, avanzó la construcción del nuevo orden colonial, con las evangelizaciones y la implantación de sistemas de explotación de las tierras, el ganado y los recursos comerciales. Desde la segunda mitad del siglo XVI, ya con Felipe II, la Corona de España, señala Fusi, sería «un verdadero imperio atlántico». 'La Recuperación de Bahía de Todos los Santos', de Juan Bautista Maíno, ilustra el interés por ese mundo ultramarino que, siglo y medio después pintó este artista de rasgos caravaggistas. Fue una época aquella, según Fusi, que generó «un intenso sentimiento de identidad nacional, de patriotismo, de orgullo y arrogancia colectivos».
LEYENDA NEGRA
Pero no hay apogeo imperial eterno. Como recuerda el historiador de 'El espejo del tiempo', las cosas empezaron a torcerse, al menos de cara a la imagen exterior de España, con la muerte, en extrañas circunstancias, del malogrado príncipe Don Carlos, primogénito de Felipe II. A partir de ahí surgiría lo que en el siglo XX se vino en llamar la 'leyenda negra' antiespañola.
Una valoración negativa de España, dice Fusi, que se articuló en numerosos libros, folletos y alegatos, procedentes de Italia, Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania. «Crueldad y fanatismo venían a ser los elementos definidores de la personalidad histórica de España», afirma el catedrático, que añade la política católica y el despotismo de los Austrias como causas de la decadencia que el país comenzó a sufrir con Felipe III (1598-1623), hasta tocar fondo con la muerte de Carlos II en 1700. Ortega y Gasset, como indica Fusi, se referiría al periodo de 1480 a 1600 como el gran siglo de España, un oasis en la tendencia decadente tan del gusto del país. Discurso éste, el de la asunción de la fatalidad española, que recogerían varios miembros de la Generación del 98, como Unamuno, Baroja, Azorín, en literatura, o Zuloaga en pintura. Un hecho reseñable y curioso que ilustra este fenómeno tan 'español' es, como señala Calvo Serraller, que tres de los cuadros más reconocidos del arte nacional sean obras que «glorifican la derrota». Se refiere a 'Las lanzas', de Velázquez, 'Los fusilamientos del 3 de mayo', de Goya y el 'Guernica', de Picasso.
A esos tópicos, basados desgraciadamente en hechos, se sumarían unos estereotipos quizá más infundados, pero que hacían de España un país, en palabras de Fusi, «no moderno». Los viajeros románticos que exploraron el país en el siglo XIX exportarían a su vez la idea de un lugar «oriental, apasionado, trágico», cargado de «pintoresquismo y exotismo», que chocaba con el desarrollo industrial y capitalista de otros países como Francia o Inglaterra. Ese siglo XIX, que se abrió con el reinado de Carlos IV y el Gobierno de Godoy, constituyó un buen ejemplo de esa leyenda negra. Tras un XVIII de discreta Ilustración, con Carlos III como monarca bienhechor, la entrada en el siguiente siglo fue accidentada, con la Guerra de la Independencia y con el concurso de Fernando VII, que encarnó las actitudes más represivas y autoritarias de las monarquías absolutistas.
Antes de su llegada al trono, en palabras de Fusi, «España era un reino ilustrado y católico, un gran imperio colonial, una nación comparativamente estable, un país no dramático». Ejemplo de ese ambiente apacible lo dan las primeras obras de Goya, como los cartones para tapices, con cuadros alegres y ligeros, la poesía de Meléndez Valdés o el teatro de Moratín.
En arquitectura, el sombrío monasterio de El Escorial cedía el paso a los recoletos Reales Sitios de La Granja y de Aranjuez. Poco después, Goya se ocupaba de 'Los desastres de la Guerra' y de las 'Pinturas negras', mientras el potencial imperial de otras épocas se jibarizaba hasta límites poco menos que humillantes; entre 1810 y 1825 las colonias americanas vivieron sus respectivos procesos de independientes y las posesiones se limitaron a Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Por otro lado, las guerras carlistas «hundieron a España entre 1833 y 1840 en el caos político y en el más absoluto desorden administrativo». Aporta Fusi el dato de unas 200.000 personas muertas en un país de unos 13 millones de habitantes.