Goya edulcoró «El entierro de la sardina». abc.es
Francisco de Goya no llamó «El entierro de la sardina» a este pequeño cuadro que pintó en torno a 1808-1812 en una tabla de caoba de origen tropical, reaprovechada de la puerta de un mueble. De hecho, ni siquiera la escena se identifica plenamente con el desfile fúnebre que cierra el carnaval. Ni los personajes visten de luto, ni hay sermón paródico, ni se ve sardina por ningún lado en esta obra maestra del artista de Fuendetodos que posee la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En el inventario realizado en la Quinta del Sordo tras la muerte de Goya en 1828 figura por primera vez este cuadro. Correspondería con el titulado «Baile de máscaras». Don Manuel García de la Prada, un importante hombre de negocios al que Goya retrató hacia 1805-1808 (Art Center, Des Moines, Iowa) y que era amigo de Leandro Fernández Moratín y del propio pintor, lo debió de adquirir en almoneda después, junto a otros cuatro óleos sobre tabla de pequeño formato que también donó a su muerte a la Real Academia.
«Cinco Cuadros en tabla, los Quatro apaisados, que representan uno un auto de fe de la Inquisición, otro una procesión de disciplinantes, otro una casa de locos, otro una corrida de toros y otro, que es mayor, una función de Máscaras, todos pintados al óleo por el célebre Pintor de Cámara don Francisco de Goya, y muy alabados por los profesores», describía en su testamento.
Los cinco eran pinturas de gabinete, en las que, al no ser por encargo, «el capricho y la invención no tienen ensanche», como el mismo Goya diría sobre otras obras suyas en 1794.
En «El entierro de la sardina», una multitud con caretas bailan y se divierten a orillas del Manzanares, en torno al estandarte de Momo, que simboliza el carnaval. Victor I. Stoichita y Anna María Coderch recuerdan en «El último carnaval: un ensayo sobre Goya» que las presiones para prolongar el carnaval más allá del miércoles de ceniza fueron constantes en los ambientes populares y que precisamente «el entierro de la sardina se constituyó como un último subterfugio: ¡más vale una fiesta triste que ninguna fiesta!» De ahí que la variante del cuadrito de Goya resulte asombrosa e inquietante al mismo tiempo».
El Museo del Prado guarda un dibujo preparatorio atribuido a Goya, con notables diferencias respecto a la obra final. En el estandarte del boceto aparece el rótulo «MORTUS» («muerto», en latín), que también se ve en la pintura al iluminarla con luz rasante, por encima de un esqueleto con guadaña que simboliza la muerte. Esto llevaba a pensar al hispanista Nigel Glendinning que «en un principio Goya puede que tuviera la intención de recordar al espectador el entierro de la sardina, que festejaba la liberación del ayuno y la penitencia asociados con el Carnaval».
En el dibujo se distinguen con mayor claridad las vestimentas eclesiásticas de los personajes del primer plano que subrayaban el espíritu de parodia y burla de la religión. Tal vez, Goya estuviera «reconociendo la importancia que tiene la capacidad popular de burlarse de la autoridad (e incluso derrocarla), en una época en que la Iglesia y el Estado abusaban de su poder y las libertades alcanzadas a duras penas por los liberales, lo mismo que el progreso democrático, se habían deshecho», según Glendinning.
«En tiempos de Goya se promulgaban edictos todos los años en los que se advertía a las personas que se les multaría si llegaban demasiado lejos en las licencias del Carnaval», pero en el cuadro de Goya las fuerzas de la Ley y del Orden no se ven por ninguna parte, destacaba Glendinning.
Las máscaras y los disfraces permiten a la gente hacer cosas que no se atreverían en circunstancias normales, como pinchar a los demás con una lanza o jeringa, como se ve en un personaje del cuadro y se intuye en los dos con astas de toro. «No parece que Goya juzque ninguna de estas actividades», consideraba el experto en Goya, ya que «no hay caras verdaderamente feas o caricaturizadas que exterioricen el mal, sólo hay máscaras».
«Quizá en el cuadro se muestra la empatía del artista por el potencial subversivo del pueblo español», añade. Para Glendinning, «el hecho de que suavizara los elementos que se mofaban de la religión indica que Goya temía que el carácter subversivo del cuadro podría acarrearle problemas».
Xavier de Salas ya explicó en 1968 en sus «Precisiones sobre pinturas de Goya: 'El entierro de la sardina'» las modificaciones de tamaño y contenido que sufrió la obra muy poco después de que la pintara Goya: «cambios atribuibles al mismo artista, hechos quizás para suavizar los elementos paganos o anticlericales palpables en el dibujo preliminar que se conoce».
Para Javier Huerta y Emilio Palacios, autores del estudio «Al margen de la ilustración: cultura popular, arte y literatura en la España XVIII», «es posible que la parodia religiosa de "El entierro" viniera a reforzar la crítica implícita de los falsos valores religiosos del Tribunal de la Inquisición, patente sobre todo en los carnosos rostros de los eclesiásticos, totalmente faltos de humanidad».
Stoichita y Coderch sostienen, sin embargo, que en el dibujo «son los religiosos y religiosas quienes manifiestan su alegría por la muerte del Carnaval, bajo los emblemas papales que decoran el estandarte», pero en el cuadro se cambió el sentido. «En el dibujo Goya planteó un "entierro de la sardina" como grotesca o burlesca victoria de la religión sobre la fiesta, sin embargo en el cuadro final la negra comitiva deja paso a un alborotado baile de máscaras que se proyecta bajo un cielo cargado de nubes, pronto a deplomarse» y «donde antes se desplegaban los emblemas del poder religioso y de la muerte, ahora se dibuja una enorme risotada». Para estos autores, el paso del dibujo preparatorio al cuadro evidencia que el interés del artista «fue primordialmente el de representar el tumulto y la paradoja del desorden carnavalesco reinante en el primer día de la Cuaresma».
En su ensayo sobre Goya, Stoichita y Coderch relacionan además la monumental cara de la luna negra que Goya coloca en el estandarte de «El entierro de la sardina» con la enorme sonrisa nocturna de uno de los Caprichos y subrayan una coincidiencia: los Caprichos se publicaron precisamente un miércoles de ceniza.
El dibujo... ¿de Leonardo Alenza?
Frente a estas opiniones, Manuela Mena, jefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Museo del Prado, y la conservadora Gudrun Maurer dudan de que el dibujo que se considera preliminar del cuadro sea de Goya. Estas expertas explican que el dibujo del Prado, procedente de la colección de dibujos de Goya de Valentín Carderera, fue tomado siempre como una primera idea para el cuadro de la Academia. «Siempre figuró en la bibliografía como de su mano, por su fiable procedencia, así como por aparecer en el estandarte central la palabra latina ‘MORTVS', que Goya había escrito originalmente en su cuadro y luego cancelado, pintando encima la gran cabeza sonriente, centro de su composición». Sin embargo, «el ‘MORTVS' de la tabla de Goya se lee a simple vista, por lo que pudo copiarse con facilidad», subrayan.
En el supuesto boceto, «bajo un estandarte con el ‘MORTVS' de Goya, en que añadió una tiara y armas papales, varias figuras de monjas bailan con loco arrebato sobre unos trazos en el suelo que sugieren figuras de niños caídos o muertos, idea que enlaza más con el áspero realismo de la literatura española del siglo XIX tardío».
«El estilo de este dibujo y el uso de la pluma de trazos pesados, sin verdadera definición de la forma, así como las abreviaciones de manos y pies o la forma de hacer los rostros, por medio de un triángulo con pequeños puntos para los ojos, lo relacionan estrechamente con los numerosos y asimismo bien conocidos dibujos de Leonardo Alenza, imitador de Goya y amigo de Carderera»
A juicio de estas expertas, este dibujo ha podido contribuir a que la obra «El entierro de la sardina, «no ha sido nunca explicada en sus detalles ni se ha tratado de ‘desenmascarar' lo que sucede allí, salvo la idea genérica de la fiesta popular callejera y local».
En Goya, las máscaras comenzaron a formar parte de su iconografía personal a partir de los Caprichos, explican, pero en los ya tardíos Disparates, como el «Disparate de carnaval», con evidentes analogías con «El entierro de la sardina», «surge la idea de la máscara violenta como metáfora de los engaños del ser humano».