El "Grand Tour" de Goya: viaje, aprendizaje y recuerdo
La exposición “Goya viajero y artista del Grand Tour”, organizada por el Gobierno de Aragón y la Diputación de Zaragoza, y comisariada por Raquel Gallego, se puede visitar en el Museo de Zaragoza hasta el 3 de abril.
A lo largo de la vida son poquísimos los viajes que realmente significan, que marcan, que enseñan. Y, sin duda, el recorrido que Goya realizó en Italia entre 1769 y 1771 fue uno de ellos. No solo porque en ese contexto temporal su relevancia fuera muy superior —que también—, sino porque esa experiencia, más allá de lo físico, de lo tangible, determinó en él un cambio vital que, a través del aprendizaje y de su recuerdo, quedaría reflejado para siempre en su trayectoria personal y artística.
Y es este aspecto, tan injustamente poco conocido por el gran público, el que aborda con tremenda minuciosidad la exposición “Goya viajero y artista del Grand Tour”, que se puede visitar en el Museo de Zaragoza hasta el 3 de abril. Una completísima muestra organizada por el Gobierno de Aragón y la Diputación de Zaragoza como cierre de los actos del 275 aniversario del nacimiento de Goya, comisariada por Raquel Gallego, doctora en Historia del Arte y una de las mayores especialistas en la estancia de Goya en tierras italianas. Además, la exposición se complementa con un amplio catálogo, que reúne estudios de Raquel Gallego, Valeria Rotili, Matteo Borchia y Gilles Montègre.
El recorrido de la muestra, que incluye 73 obras procedentes de 40 instituciones de cinco países, se divide en tres ámbitos —“El viaje”, “Roma: academia y heterodoxia” y “El recuerdo”— que, entre otras cuestiones, analiza los artistas y las obras de referencia que Goya descubrió en Italia y que hoy nos ayudan a comprender hasta qué punto fue crucial esta experiencia en el devenir posterior de su obra. Una vivencia que se puede enmarcar dentro del “Grand Tour”, un término que designa aquellos viajes formativos y culturales que se realizaban a Francia e Italia a fines del siglo XVIII y que, como señala Raquel Gallego, “eran mucho más habituales entre los artistas de la época de lo que podríamos imaginar. Goya fue un viajero más del Grand Tour”.
Punto de partida, “El viaje”
Empleando como fuente principal el Cuaderno italiano, este ámbito —de contenido más puramente documental—plantea cuál pudo ser el itinerario de Goya en Italia (Marsella, Génova, Roma, Venecia…), así como quiénes fueron los apoyos que le facilitaron sus desplazamientos o que, incluso, llegaron a darle alojamiento. Pero también presenta otras interesantes cuestiones, como algunas de las guías de viaje que pudo haber utilizado, grabados y óleos que nos trasladan a cómo eran los puertos y ciudades que el pintor iba encontrando a su paso, y otras obras que sirven para ejemplificar en qué condiciones se viajaba en aquel momento —como Riña en el Mesón del Gallo, del propio Goya— o de qué manera los artistas sufragaban esta clase de estancias.
Como explica Raquel Gallego, la venta de souvenirs “era una práctica normalísima y muy documentada, cuya tipología estaba vinculada a la capacidad adquisitiva del viajero. Se vendían grabados y dibujos realizados por artistas en periodo de formación, pero también piezas muy caras, como el Templo de Portunus o el retrato del vizconde de Lewisham, realizado por Pompeo Girolamo Batoni, que podemos ver en la muestra”.
De hecho, en la exposición, además de plantear la idea de que Goya pudo inspirarse en la obra del escultor Étienne D’Antoine para pintar El sacrificio a Vesta, también se señala que esta obra pudo ser creada para ser vendida a un turista francés. “Su temática mitológica, que sirve para recordar al viajero su paso por Roma; su dimensión reducida, que permite ser transportada en una maleta; y las condiciones en las que Goya viajó a Italia, sin una pensión académica, hacen pensar que este cuadro fue un souvenir”, sostiene Gallego.
El conocimiento, “Roma: academia y heterodoxia”
En Roma, Goya se dio de bruces con un universo tan complejo como hermoso en el que confluyeron por primera vez dos variables que, a pesar de ser aparentemente contradictorias, le acompañarían durante toda su vida profesional: la oficialidad y la libertad creativa. Por un lado, se encontró con el mundo de las academias, que en la exposición está espléndidamente representado, entre otras piezas, a través de los retratos de Bayeu por Goya, de Anton von Maron por Preciado de la Vega o del espectacular autorretrato de Batoni, y, por otro, con el mundo de los artistas heterodoxos como Sergel y De Parme que, provenientes del norte de Europa y de credo protestante, pusieron a Goya en contacto con temas más emocionales, como el miedo, la violencia, lo sobrenatural, lo grotesco…, que el pensamiento de la ilustración no consideraba relevantes y en los que el grupo de los heterodoxos ya estaba indagando; obras como Entierro de Jonas Akerström dan buena cuenta de ello.
Lo que está claro es que Roma supuso un antes y un después en la vida del pintor de Fuendetodos. Tal es así, que cuando presentó la obra Aníbal vencedor que por primera vez vio Italia desde los Alpes —y cuyo boceto podemos disfrutar en la muestra— al concurso de la Reale Accademia per le Belli Arti de Parma firmó en la documentación como “Francesco de Goja, romano”. Un hecho curioso y muy significativo que la comisaria de la muestra explica de la siguiente manera: “Cuando Goya llegó a Roma encontró un ámbito muy abierto, muy cosmopolita, y por primera vez sintió libre, independiente. Al no viajar como pensionado, pudo escapar del control férreo de la academia y así conectar con otros artistas en los que encontró afinidad intelectual, cultural y planteamientos artísticos similares. Todo ello generó en él una sensación de pertenencia y de identificación con una ciudad que consideraba hecha a su medida”.
La reflexión, “El recuerdo”
Como colofón, la exposición analiza de qué manera Goya reutilizó durante su todo trayectoria el conocimiento que había adquirido a lo largo de su Grand Tour. Una experiencia que vivió tanto en Francia como en Italia, pues como explica Raquel Gallego “es muy interesante una carta de 1774 en la que se dice que Goya aprendió en ambos países, ya que esto significaría que su paso por Marsella también tuvo una importante trascendencia en su obra”.
En este ámbito es posible disfrutar de una gran diversidad de piezas que, a su vez, también nos ayudan a entender la heterogeneidad que podemos encontrar en la propia obra de Goya. El influjo de la escultura clásica en San Juan Bautista niño en el desierto, el poso de Corrado Giaquinto en una obra tan paradigmática como es la Regina Martyrum, el recuerdo del carnaval romano y de la Commedia dell’Arte en Cómicos ambulantes, su cercanía con el ámbito francés en Alegoría de la Villa de Madrid o la presencia de El Expolio del Greco en El prendimiento de Cristo, constituirían un buen ejemplo de cómo el Grand Tour de Goya fue una fuente de inspiración constante durante toda su vida.
Asimismo, en esta última parte de la muestra, a través de un boceto para abanico de la romana Maria Felice Tibaldi, El triunfo del Arlequín, la comisaria de la exposición ha querido reivindicar la presencia femenina en el Grand Tour, “Tibaldi era una artista muy importante en Roma en ese periodo, que trabajó como miniaturista para la corte española y que realizó cuadros que se vendían a los viajeros del Grand Tour”. Además, tal como señala Raquel Gallego, “también había viajeras, no tantas como los hombres, pero las había. De hecho, una de las guías de viaje más interesantes, y que coincide con la época de Goya, es la de lady Miller”.
Azul, rojo, turquesa
Una muestra, “Goya viajero y artista del Grand Tour”, que ha sido envuelta en un cuidado montaje expositivo, a cargo de Línea Diseño, en el que se ha apostado con gran acierto por el color, potenciando así la fuerza de las obras que contiene pero, sobre todo, como señala Raquel Gallego, reflejando a la perfección la intensidad de esta etapa en vida del pintor.
“Goya era una persona de 23 años que todo lo que conocía era Zaragoza y Madrid, y que de repente llegó a Marsella, al puerto más importante de Europa, de allí viajó a Génova, y después a Roma y a Venecia… Es increíble imaginar qué pudo suponer para él esta experiencia, siendo además una persona tan curiosa. Quería que esta idea quedara reflejada con el color en la exposición”.