En busca de la química de Goya. El País.
El Instituto del Patrimonio Cultural se enfrenta a los retos más difíciles de la restauración en España. El centro acaba de recibir un Ribera y un Goya.
La historia que cuenta el tapiz del siglo XV no es precisamente alegre: en la primera estampa San Jorge mata al dragón, pero luego la cosa se complica y empieza su martirio, durante el que es sometido a los tormentos más tremendos entre ellos uno en el que le cortan pedazos de su cuerpo, los hierven y le obligan a beberse el caldo. El morbo de la imaginación medieval no tiene límites. En otra sala, se puede contemplar una joya del arte románico: una pieza lacada del siglo XII que servía de cubierta a un evangelio. Un piso más arriba, el libro con las crónicas de Alfonso XI, de la primera mitad del siglo XIV, muestra algo insólito para la época: se trata de un ejemplar muy leído. También hay un Goya, el retrato de Juan de Villanueva (el arquitecto del Museo Prado), y un Ribera, un Ecce Homo. Estatuas chinas del siglo XIX, globos terráqueos de los cartógrafos de Luis XV... No se trata del museo más ecléctico de Madrid, sino del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), un organismo dependiente del Ministerio de Educación y Cultura, que se enfrenta a los retos imposibles de la restauración.
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Ahora mismo, están trabajando sobre piezas de unas 40 instituciones diferentes, desde la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que les acaba de enviar el Goya y el Ribera, hasta el Museo Diocesano de Córdoba pasando por el Museo de Artes Decorativas o el Instituto Valencia Don Juan, de Madrid. También llevan a cabo actuaciones fuera de su sede: acaban de realizar una radiografía del baldaquino de la catedral de Girona (como no pudieron moverlo, inventaron una técnica para hacerlo allí). Por su sede, situada en la Universidad Complutense en el emblemático edificio conocido como la Corona de Espinas, ha pasado una momia egipcia o una colección de esculturas griegas y romanas del Museo de Málaga, pero también se ocupan del patrimonio industrial y han actuado en las principales catedrales españolas.
Por mucho oficio que se tenga, siempre aparecen problemas insospechados que obligan a los técnicos a empezar casi de cero. Goya dijo una vez sobre el paso de los años por los cuadros: "El tiempo también pinta". Es necesario devolver una obra a su estado original, pero a la vez hay que conservar su historia, respetar la pintura del tiempo. Es asombroso la cantidad de piezas que pasan por el Instituto, a través de las que se pueden seguir todos los materiales que la humanidad ha utilizado para imaginar y crear belleza. Pero cada una de ellas es diferente y todas, tarde o temprano, son derrotadas por el tiempo. "Impone mucho", responde María Dolores Fuster, una veterana restauradora, que está empezando a trabajar con el Goya, cuando se le pregunta por la responsabilidad ante una obra de esa importancia.
"Nuestro planteamiento es interdisciplinar", afirma Alfonso Muñoz Cosme, responsable de la institución como subdirector del IPCE. "Nos enfrentamos también al reto de un nuevo tipo de patrimonio. No solo el industrial, aquí también hemos restaurado un submarino", prosigue. La idea no es solo restaurar, sino archivar y publicar los diferentes trabajos para crear patrones y guías y coordinar además de los planes nacionales de conservación. El Instituto emplea a 150 personas y su responsable admite que el presupuesto se ha visto reducido notablemente en los últimos años hasta los 20 millones de euros. Aun así, cada año pasan casi 300 obras por sus diferentes talleres.
Los primeros análisis del Ribera que acaba de llegar desde la Academia de Bellas Artes de San Fernando, una obra datada en el 1620, también revelan restauraciones anteriores muy agresivas. Los rayos X muestran repintes clarísimos. Ahora mismo, la obra está en el sótano del edificio, en la zona de seguridad nuclear porque allí se llevan a cabo las radiografías. "Es necesario hacer un estudio a fondo para realizar una propuesta de tratamiento", explica Cristina Salas, que se está ocupando del cuadro. El trabajo pasa por la documentación, por el estudio del soporte, por los análisis. El objetivo final requiere un equilibrio: volver al original pero dejando claro, a los ojos de los especialistas, que ha pasado por un proceso de restauración.
El Goya, pintado entre 1800 y 1805, está empezando su recorrido y se encuentra en una habitación especial, climatizada con doble puerta. Es un encargo de la Real Academia de San Fernando, porque lo va a prestar para una exposición. Quedan meses de trabajo por delante: el cuadro reposa sobre un caballete a la espera de ser sometido a un chequeo completo, en el que se utiliza desde la ciencia hasta el rastreo en archivos. "Empezamos con la investigación", explica María Dolores Fuster. El cuadro será radiografiado y luego analizado con infrarrojos y rayos ultravioletas, además de estudiado químicamente. También se ha hecho un trabajo de investigación documental: en este caso una foto de principios del siglo XX ha revelado que fue sometido a una restauración "de la que nosotros no sabemos nada", explica Fuster. A primera vista, parece un Goya magnífico, dibujado además sobre tabla. Pero Fuster tiene otra mirada: "Es una pieza que está muy sucia, tratada con productos poco apropiados, con un fondo negro plano, la casaca es azul pero parece negra".
Las reglas de la restauración dictan que el trabajo que se ha hecho debe notarse, tiene que quedar claro a ojos de los expertos lo que es original y lo que es nuevo, porque en caso contrario se cruzaría la barrera hacia la falsificación. También tiene que ser reversible (vamos, todo lo contrario de lo que se hizo con la máscara de Tutankamon) y, lo más importante, el objetivo debe consistir en tratar de recuperar lo que quiso el autor. Por eso el trabajo de investigación previa es crucial. También hay veces en que la restauración es imposible, por problemas de los materiales con los que se elaboró la pieza: el objetivo es entonces mantener su estado y, en el peor de los casos, frenar el deterioro.
Un libro del siglo XIV, lleno de manchas y remiendos, refleja gran parte de los problemas a los que se enfrentan en este centro. Cristina Fernández explica que esta obra, las crónicas del reinado de Alfonso XI, "ofrece unas peculiaridades que nunca habían aparecido". Por sus manos han pasado obras como el libro personal de las horas de Isabel la Católica, pero este volumen es único por las numerosas manchas de cera que testimonian horas de lectura, por la forma en que está cosido y encuadernado. "Son cosas que no se pueden tocar, porque ya forman parte de la obra", explica.
Algo parecido ocurre con el tapiz del siglo XV con los tormentos de San Jorge. La restauradora Esther Galiana explica la cantidad de datos que va revelando la pieza y, a la vez, la cantidad de preguntas que necesitan una respuesta antes de empezar a restaurar. Por ejemplo, algunos azules se han perdido y otros se conservan. Solo la química puede decir porqué. Pero la ciencia es el principio: el resto requiere la emoción y el equilibrio para saber jugar con la pintura del tiempo.