Muerte de Antón Requena (H.53)

Véase El cántaro roto (H.1).

Un hombre dispara traicioneramente y a bocajarro a otro personaje que parece dormido, en una escena tan explícita como la de otros crímenes y duelos que se repiten en los cuadernos bordeleses de Goya, con los que retomaba la violencia cainita plasmada en sus Desastres de la guerra. La escena reproduce aparentemente un suceso real y conocido del que Goya pudo tener noticia de primera mano: el asesinato a finales del siglo XVIII del célebre bandolero valenciano Antón Requena a manos del joven, también valenciano, Juan Soto, de 18 años, que viendo que aquel “requebraba a su tía de amores, y la quería violentar, determinó un día asesinarlo con sus propias armas; y esperando a que se durmiese, le disparó un trabucazo a boca de cañón, y después se le echó encima, y con un rejón que se había colgado en la muñeca le dio repetidos golpes hasta que le dexó muerto” (Memorial literario instructivo y curioso de la corte de Madrid, julio de 1787).

El dibujo resulta un tanto ambiguo pues no queda claro si Requena está realmente dormido o, por el contrario, cierra los ojos de forma refleja ante el impacto mientras protege con su abrazo un bulto que podría ser una mujer. Wilson-Bareau apunta, a su vez, que más bien parece inclinado sobre un lecho o un canapé sobre el que estuviera tendida una mujer, sugiriendo así un móvil pasional para el crimen. La manera de apuntar con el arma y la postura del asesino, por su parte, son muy similares a las de uno de los oponentes de ¿Quién vencerá? (G.58), otro dibujo realizado en Burdeos. El claroscuro cumple aquí la misma función simbólica que en otros dibujos de este periodo, emergiendo el criminal de entre las densas sombras del fondo.

La huella del siguiente dibujo, Telégrafo (H.54), es visible en el reverso.