Gimiendo y llorando (G.50)

Véase Se hace militar (G.1).

El dibujo representa un personaje masculino de aspecto decrépito, que aparece arrodillado y con los brazos extendidos en cruz, con las palmas hacia el cielo en actitud de implorar. Su rostro muestra también un gesto de dolor y súplica, con los ojos girados hacia arriba. El fondo de la escena aparece en sombras en la que se distinguen las hiladas de grandes sillares de una muralla que, si bien no ayuda a contextualizar con exactitud la escena, sí que destaca la figura hasta el nivel de los hombros y da solidez a la composición. La cabeza, por el contrario, ya se siluetea sobre el fondo desnudo del papel y fijan la atención en su mirada. Como en otros dibujos de estos últimos álbumes, el trabajo con el lápiz negro y el litográfico han permitido la creación de diferentes trazos, algunos más cortantes para destacar a la figura y los contornos, mientras que otros son más delicados y dibujan suavemente las líneas de las manos o el juego de luces y sombras de la túnica que parece vestir el personaje. Gassier lo considera una síntesis compositiva entre la figura central de El tres de mayo de 1808 y el Cristo de La oración en el huerto. Por su parte, Wilson-Bureau, aunque admite que el orden de los dibujos de los cuadernos no construía una secuencia narrativa, pone este dibujo en relación con las dos escenas tituladas Castigo francés (G.48 y G.49) que le preceden en el cuaderno y con la escena de cabezas Cómico descubrimiento (G.51) que le sigue. De ser así, se trataría de un reo que espera su castigo e implora piedad. Otra lectura es la de que, en realidad, este emotivo personaje estaría expresando un doloroso sentimiento universal de lamento por el destino de la humanidad. Por eso se compara también al suplicante con el protagonista del primer aguafuerte de los Desastres de la guerra, titulado Desastre 1. Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer o con la figura extática de Divina libertad (C.115). Para Susan Grace Galassi, la representación de la figura humana arrodillada permite a Goya, tanto en sus dibujos finales como en toda su obra, concentrar la atención en la expresividad de rostro y manos, lo que, junto al amplio margen de interpretación de la escena, lo convierten en uno de sus más poderosos trabajos gráficos.