Maja y celestina

Antonio Brugada, el joven pintor que había sido cercano a Goya en los últimos años de vida del maestro, contó al historiador Laurent Matheron la técnica que Goya empleó para hacer sus miniaturas. El artista ennegrecía la placa de marfil y vertía una gota de agua sobre ella. Ésta se extendía y dejaba algunos surcos que Goya aprovechaba para componer las imágenes. No empleaba la técnica de puntos y esto acerca más las imágenes a las obras de Velázquez que a las de Mengs, como dice el propio artista en la carta que escribió a Ferrer. Observando las piezas se aprecia que en ocasiones ha rayado la superficie para eliminar pintura y dejar a la vista el blanco marfil, dotando a las imágenes de puntos luminosos. Por lo general, es el negro el que define las formas de volúmenes rotundos, y el que crea la atmósfera de misterio que envuelve a estos pequeños caprichos. Aunque en su aspecto sean próximas a las oscuras Pinturas negras, en sus temas volvió Goya al costumbrismo de siempre. Fueron muchas las escenas que creó sobre placas de marfil, y para no desperdiciar el valioso material, borró algunas de ellas y las reutilizó. Sus tamaños varían y sus lados no son siempre regulares, pero casi siempre mantienen una forma más o menos cuadrada.

En Maja y celestina Goya retoma el tema que ya representó en uno de los lienzos del balcón, de igual título. Una muchacha se apoya sobre la barandilla, con mirada risueña y coqueta. Tras ella la celestina observa las reacciones de los hombres de la calle ante la visión de la bella joven que se exhibe. La piel de la maja es de color blanco marfil, que resalta sobre el negro fondo. Además hay toques de rojo en el rostro de la celestina y la mantilla que cubre la cabeza de la maja es de un tono azul apagado.